5/19/2010

TENOCHTITLAN. DOS CIUDADES

Joaquín Ortega Arenas. Una vez mas, para huir del ambiente enrarecido de la política mexicana, recurro al venero inagotable de la historia y relato una breve historia de la primera capital del Anahuac. Tal vez resulte repetitivo, pero es criterio unánime el de que la historia la escriben los vencedores o los amanuenses siempre al servicio de los poderosos para ensalzar sus virtudes reales o imaginarias, o para restar mérito a sus vencidos y enemigos. En ése afán, y para borrar los innegables méritos de los urbanistas mexicas, la “historia” ha ignorado todo lo relativo a la primera ciudad de Tenochtitlan y centrado su atención en la ciudad nueva, surgida en los primeros años del Siglo XVI español y magistralmente descrita por los cronistas que llegaron con los conquistadores, en especial Bernal Diaz del Castillo. Es necesario apelar a los testimonios plásticos que en forma de monumentales esculturas han sido descubiertos muchos años después de consumada la conquista y la destrucción total de la primitiva capital del señorío mexica , a algunos datos perdidos esbozados por los historiadores oficiales, y a la leyenda que por tradición oral ha venido repitiéndose durante mas de cuatrocientos años. En ésa forma, y principalmente apoyados en la leyenda, y en los grandes monolitos esculpidos, podemos restituir, en forma ideal, la grandeza y destrucción de esa gran urbe que, si la segunda Tenochtitlan maravilló a los conquistadores, es indudable que los hubiera dejado embelesados si llegan a conocerla. Los mexica, como un grupo étnico derivado del tronco “nahuat” llegaron débiles y sumisos al gran lago salado en los primeros años del siglo XIII español. Se afirma por algunos que en el año de 1315, pero no todos los historiadores señalan la misma fecha, por lo que es preferible estimar su llegada al gran lago, a fines del Siglo XIII, y su asentamiento obligado por los que llegaron al gran lago antes que ellos en los islotes del mismo, Tenochtitlan, Tlatelolco, Nonoalco, Tultenco y Mixhuca aproximadamente en el año de 1325. Por verdadera necesidad, obligados por su mas fuertes enemigos, se vieron constreñidos a alimentarse de lo que podían encontrar en las islas, ( cactos y culebras ), lo que podían obtener del lago salado, (Ahuautle, y pescado), y verduras que con un inmenso ingenio y laboriosidad empezaron a obtener de uno de los mas notables milagros de la agricultura mundial, la “chinampa”. Para los historiadores, la dieta de los mexica no tiene ninguna importancia y no han reparado en que todo lo que comían era rico en proteinas. La carne de víbora, el pescado y, principalmente el “ahuautle” , que es la hueva de un insecto que se desarrolla en el agua salada y tiene un contenido proteinico de casi el cincuenta por ciento, hicieron en solo dos generaciones (sesenta años), que los mexica se convirtieran de un pueblo débil en un pueblo fuerte y agresivo. En cuatro generaciones, habían conquistado todas las riberas del lago, y para fines del siglo, convertido en tributarios a casi todos los pueblos que habitaban mesoamérica. El nacimiento y crecimiento de su capital Tenochtitlan fue indudablemente paralelo a su desarrollo militar. Traían consigo los conocimientos que obtuvieron de los tolteca en Tula, a donde llegaron antes de arribar al gran lago en calidad de pueblo “mano de obra” y fueron obligados a edificar los diques y obras hidráulicas con los que los cultos habitantes de esa región se defendían de los embates de las aguas broncas que bajaban de la sierra. Conforme iban consolidando su poderío militar y económico, aumentaba el número de edificios en la nueva ciudad . Templos, “casas grandes”, como solían llamar a sus palacios; espacios abiertos, jardines, incluyendo un jardín zoológico en el que coleccionaban fieras traídas de todos los confines de los territorios sometidos, zonas habitacionales y una enorme número de obras de arte por las que tenían una especial debilidad, en particular por la escultura de grandes monolitos cuyo traslado a la isla del gran lago salado y posterior labrado, siguen siendo motivo de curiosidad y admiración para las generaciones presentes. No existe ni una remota idea de cómo fue esa primera gran ciudad. Si nos guiamos por los grandes monolitos y la leyenda, debe haber ocupado casi la totalidad del islote, y contado con grandes plazas. Solo en una gran plaza dedicada a las ciencia pudo tener cabida lo que llamamos “Piedra del sol” o Calendario Azteca”, de cuya lectura, deficiente e incompleta, hemos derivado que no era precisamente un calendario, sino una forma de fijar en forma indeleble la secuencia de fenómenos astronómicos ocurridos y por ocurrir , tales como los eclipses. Señalan los enterados que el eclipse solar ocurrido a fines de los años ochenta del siglo XX, ya estaba previsto en la piedra y, están además anunciados otros para ocurrir hasta el año 2030 del calendario gregoriano. La “Piedra del Sol” fue encontrada muchos años después de concluida la conquista en el subsuelo de la “Plaza del Empedradillo”, ( hoy calle del Monte de Piedad ), y relatan las crónicas y leyendas que durante el virreinato de Don Juan Vicente Güemes Horcasitas y Pacheco de Padilla, Segundo Conde de Revillagigedo, hallaron a una gran profundidad en el subsuelo del Palacio Virreinal una inmensa escultura que el Virrey, gente de amplia cultura, ordenó volver a cubrir ante la imposibilidad de sacarla por no existir medios adecuados para rescatarla. En un terreno aledaño al Sagrario Metropolitano, fue descubierta a una respetable profundidad, la que en nuestro concepto es la mas notable de las esculturas del género humano, la “Coatlicue”, allá por los años de 1943 o 1944. La consideramos así, por que no es una escultura antropomorfa ni zoomorfa, sino que, conteniendo elementos de ambas, es casi un tratado de filosofía, de la filosofía mexica que dividía el universo en una inmutable dualidad entre cielo y tierra, vida y muerte, emergentes de la tierra, raíz de todas las cosas, conceptos conformadores de la ciencia no considerados así aún hoy día en las filosofías de los pueblos occidentales. De igual manera apareció, en el subsuelo de las ruinas del templo mayor de la segunda Tenochtitlan, , la enorme escultura que conocemos como “Coyolxahuqui” . El descubrimiento tardío de todos esos elementos, nos obliga a pensar que no fueron conocidos por los conquistadores, y que cuando ellos llegaron, ya se encontraban en el subsuelo de la nueva ciudad edificada totalmente a principios del siglo XVI español. La explicación de ello, esta a nuestro alcance. Está plenamente probado que en el año occidental de 1496 la antigua ciudad de Tenochtitlán, gobernada por Ahuizotl, sufrió una severa inundación que casi la destruyó totalmente. Sus edificios, sus templos y las zonas habitacionales fueron arrasadas por las aguas que el Tlacatecuhtli fue a robar a los pacíficos habitantes de Coyoacán. Cuenta la leyenda, que dentro de una gran sequía que amenazaba la vida de la opulenta capital de los mexica, Ahuizotl demandó de Totzumo, señor de Coyoahucan, pueblo tributario de los poderosos guerreros que habitaban en la gran isla del lago salado, la entrega del agua de las fuentes de que se abastecían los pobladores de esa zona. Totzumo se opuso, aunque sabía que era inútil por que el señor de los mexica ya construía un acueducto para llevarse las aguas, y dijo al Talacatehcutli, “--- Si te llevas las aguas de mi pueblo, van a arrasar al tuyo y hasta a ti va a costarte la vida...” Acostumbrado a lograr todo por la fuerza, Ahuízotl mando matar a Totzumo y desviar las aguas de los manantiales de Coyohuacan hacia Tenochtitlan, con la mala suerte de que, incontroladas, ocasionaron una grave inundación en la gran capital que en poco mas de tres años que duró el fenómeno, acabó por destruir todas las edificaciones que en ella existían y dejó enterrados en el lodo todos los grandes monumentos con que los mexica celebraban desde la fundación de su ciudad, ( monolito conocido como “Teocalli de la Guerra Sagrada”, existente en el Museo Nacional de Antropología ) hasta los fenómenos naturales y, en los que plasmaron su filosofía su pensamiento religioso y su historia. Estos monumentos, gracias a la gran inundación permanecieron sepultados en el lodo hasta mucho tiempo después de la llegada de los españoles, que encontraron ante sí, llenos de admiración y asombro, las segunda ciudad construida por Moctezuma Xocoyotzin, sobrino de Ahuízotl que lo sustituyó como gobernante cuando, como remate al cumplimiento de la maldición proferida por Totzumo, murió a causa de un golpe que recibió al huir de su “casa grande” para librarse de la inundación, y golpearse en la frente con el dintel de una puerta, expresamente construida de poca altura para obligar a agacharse al entrar a quiénes llegaban a ver al señor. Cuentan las leyendas, que después del golpe perdió el conocimiento y enfermó largo tiempo sin haberse recuperado jamás. La primera ciudad capital debió ser mejor que la segunda. Dan testimonio de ello todas esas grandes esculturas en piedra que, arropadas por el lodo, no fueron encontradas ni destruidas por los conquistadores que destruyeron cuanto monolito encontraron a su llegada a la nueva ciudad para utilizarlo como materiales de construcción para adoquinar sus calles, o edificar las paredes de sus nuevas casas. Existen en la Ciudad Colonial numerosos testimonios de la destrucción de monolitos e ídolos, y utilización de los restos como material de construcción, siendo uno de los mas notables la escultura que adorna la esquina de las actuales calles de Pino Suárez y República del Salvador, colocada como simple adorno de la casa de los Condes de Santiago de Calimaya. Los elementos que se repitieron en la nueva Tenochtitlan, tales como el Templo Mayor, el Cihuacoatl, a pesar de que fueron despojados de sus esculturas y monumentos, son muestra y ejemplo de una arquitectura prehispánica monumental no igualada. La traza a retícula de los canales que debió existir en la ciudad primitiva y se repitió en la que construyó Moctezuma el menor como una forma de evitar inundaciones y destrucción de construcciones por las constantes crecientes de las aguas del lago, y es indudable que sirvieron de modelo a los que realizaron la nueva traza, como Alonso García Bravo. El crecimiento urbano, fue logrado otra vez mediante el sistema de “chinampas”, y los grandes monumentos de la segunda ciudad, como lo fueron en su oportunidad los de la primitiva destruida por las aguas en 1497, sirvieron de asiento y basamento a las nuevas construcciones. Sólo nos resta agregar que, la ciudad que construyeron los españoles, quedó totalmente destruida durante la gran inundación ocurrida en 1596, en que las aguas permanecieron cubriéndola hasta 1630 y dieron lugar a que el virrey solicitara autorización a la Corona para trasladarla a Coyoacán, lo que no llegó a verificarse por el retiro de las aguas del valle antes de que llegara la autorización solicitada. Es por esto que, en lo que es hoy el centro histórico de la Ciudad de México, no exista ninguna construcción del siglo XVI, y se conserven en cambio, en los lugares a los que la inundación no llegó, como Tlatelolco y la Villa de Coyoacán.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante fragmento de nuestros origenes. Saludos.